Carta de Amedeo Modigliani a Oscar Ghiglia

"Querido amigo:

Te escribo para abrirte mi corazón y para confirmar mis propios sentimientos respecto de mí mismo.
Yo mismo soy el instrumento de fuerzas poderosas que nacen y mueren en mí. Me gustaría que mi vida fuera una fértil corriente que fluyera alegremente sobre la tierra. Hasta el momento tú eres el único a quien puedo contar todo; bien, pues ahora soy rico y fértil en ideas y necesito trabajar.
Estoy tremendamente excitado, pero se trata del tipo de excitación que precede a la felicidad y que es seguido por una actividad vertiginosa no interrumpida por el pensamiento. (...)
Hoy me ha dicho un burgués (me ha insultado) que yo, o más bien mi cerebro, era devastador. Me ha hecho mucho bien. Deberíamos tener un aviso semejante cada día al levantarnos; pero ellos no nos comprenden, del mismo modo que no comprenden la vida. (...)
Adios, amigo mío. Cuéntame cosas sobre ti como yo te las cuento sobre mí. ¿No es ese el significado de la amistad, escribir como uno quiera sobre lo que sea y descubrirse recíprocamente y a nosotros mismos?
Se despide.
Tu Dedo."


Hace unos días fui a ver la exposición de Modigliani en el Museo Thyssen y, aunque tuve oportunidad de ver una mucho más completa hace varios años en Forth Worth (Texas), sin duda mereció la pena. En este caso no está solo; también se pueden contemplar obras de Cezanne, Soutine, Kisling, Foujita o Brancusi, pinturas o esculturas, artistas de su entorno o que fueron su inspiración.



 

posted by Ainhoa on 4:32 p. m. under

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Una casa en el fin del mundo



Una casa en el fin del mundo es un claro ejemplo de la insuficiencia del cine a la hora de adaptar literatura, por muy buena que sea, incluso cuando el guión está escrito por el propio autor del libro.
Porque esta película está basada en la novela del mismo título, una novela en la que los personajes están bien definidos, son intensos, llegas a quererlos porque te dejan participar de la ventaja primordial de la literatura: la de poder meterte en sus mentes.
Sin embargo, en la película toda esa intensidad se queda en el aire por la limitación que supone la imagen, aunque quizá el hecho de que algunas escenas cruciales hayan sido sustituidas por otras menos rotundas tampoco ayude mucho a la total comprensión de la complejidad de lo que se cuenta.
Al final sentí como si a Michael Cunningham le hubieran encargado la elaboración del guión en una época en la que se sentía demasiado cansado para enfrentarse a la misma historia de nuevo.
Aún así, no todo es tan malo, porque si hay algo destacable es el trabajo que tanto Erik Smith en su etapa adolescente, como Collin Farrell en la adulta, hacen al interpretar a Bobby Morrow, que es un personaje fascinante. Un chaval que pierde a su familia, se queda sin referencias siendo muy joven, pero a pesar de todo se esfuerza por adaptarse a su vida, por actuar con normalidad, aunque no podrá abandonar ese aire ausente y desconcertante que de alguna forma acaba por definirlo. ( "Su modo de hablar, todos sus modales, eran como los de un extrajero en proceso de aprender las costumbres del país. A lo que más se parecía era a algún refugiado de un sitio cercano, mal alimentado y que se desvivía por complacer."). Ambos actores, a través de miradas y gestos, se acercan bastante a lo que yo había imaginado mientras leía la novela, y para mí, sólo por eso, ya merece la pena ver la película.

 

posted by Ainhoa on 7:21 p. m. under ,

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The pillow book y la intensidad


Estoy aprendiendo a no hacer varias cosas al mismo tiempo. Al fin y al cabo, ahora ya no tengo prisa. Pero el caso es que hasta hace unos meses sí la tenía: prisa por conseguir algo de tiempo libre con la esperanza de poder emplearlo en la difícil tarea de recordarme a mí misma que todavía seguía siendo un ser humano.
Pero, como he dicho, todo eso forma parte del pasado. Aún así no me está resultando nada fácil deshacerme de ciertas rutinas incómodas adquiridas durante años de dedicación a la causa material de otros, en lugar de a mi propia persona.
Por eso todavía leo y veo una película a la vez. O escribo emails mientras como y escucho música. O soy capaz de mantener una conversación mientras sigo el hilo de alguna de mis series favoritas. O ...
Pero el otro día comencé a ver The pillow book, la película de Peter Greenaway, y aunque tuve el impulso de levantarme del sofá para coger la novela que estaba leyendo, pude resistirlo, como un alcohólico decidido por fin a comenzar una nueva vida. Tal vez fueron las imágenes, oscuras, sugerentes, superpuestas (algo que en otros casos me irrita bastante), o la música, tan inquietante; o el cuerpo desnudo de Ewan McGregor cubierto de caracteres japoneses. El caso es que algo me obligó en un principio a permanecer sentada, paralizada casi. Luego la propia historia hizo el resto. Cuando terminó me sentía exhausta, como si hubiera realizado un gran esfuerzo (que probablemente lo hice, dada mi estúpida inquietud natural).
Más tarde probé a leer sin más sonido que el de la palabra escrita retumbando en mi cerebro. Nada de música, ni de televisión.
Después comí, en silencio también, saboreando cada bocado.
Luego escuché música con los ojos cerrados, tumbada en el suelo.
Aunque parezca una tontería, aquel día la vida me pareció mucho más intensa.

 

posted by Ainhoa on 6:10 p. m. under , ,

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César Manrique, un tipo con suerte.












Lanzarote fue el inmenso patio de juegos de César Manrique desde 1968. Como un niño mimado, hizo lo que quiso en la isla con permiso de sus papás, es decir, de las autoridades, sin importarle la lava ni las incipientes embestidas del turismo de masas, sino más bien sacándoles la lengua, desafiante, arrogante como eso, como un niño mimado para el que los límites no existieron. Afortunadamente para nosotros.

Fotografías:

Jardín de Cáctus
Fundación César Manrique
Los Jameos del Agua
Teguise
Abril 2008

 

posted by Ainhoa on 1:18 p. m. under ,

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Fahrenheit 451, de Ray Bradbury


"Como las universidades producían más corredores, saltadores, boxeadores, aviadores y nadadores, en vez de profesores, críticos, sabios y creadores, la palabra intelectual, claro está, se convirtió en el insulto que merecía ser. Siempre se teme a lo desconocido. Sin duda, te acordarás del muchacho de tu clase que era excepcionalmente inteligente, que recitaba la mayoría de las lecciones y daba las respuestas, en tanto que los demás permanecían como muñecos de barro, y lo detestaban. ¿Y no era ese muchacho inteligente al que escogían para pegar y atormentar después de las horas de clase? Desde luego que sí. Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales como dice la Constitución, sino hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces, son todos felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? ¿Yo? No los resistiría ni un minuto. Y así, cuando, por último, las casas fueron totalmente inmunizadas contra el fuego, en el mundo entero (la otra noche tenías razón en tus conjeturas) ya no hubo necesidad de bomberos para el antiguo trabajo. Se les dio una nueva misión, como custodios de nuestra tranquilidad de espíritu, de nuestro pequeño, comprensible y justo temor de ser inferiores. Censores oficiales, jueces y ejecutores. Eso eres tú, Montag. Y eso soy yo."

 

posted by Ainhoa on 12:40 p. m. under

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