Virginia Woolf (1882-1941), por Quentin Bell


Hoy he terminado de leer la biografía que Quentin Bell escribió de su tía Virginia Woolf. Ha sido una lectura intensa y envolvente narrada, sin embargo, desde una objetividad auto impuesta, supongo que para evitar suspicacias, debido al parentesco que unía al autor con la escritora; no hay que olvidar que por las más de seiscientas páginas del libro también pululan sus padres, hermanos, amigos y conocidos. Hasta el final no se atreve a hablar en primera persona, eso sí, de una manera tan sutil que casi pasa desapercibida. Lo mejor de todo es que, a pesar de esta pretendida lejanía, Virginia Woolf aparece tan cercana como una buena amiga.
La Virginia Woolf que Quentin Bell presenta es una mujer obsesionada con escribir, con el proceso creativo, dotada de una imaginación prodigiosa que incluso le llevaba a atribuir características o hechos inexistentes a sus propios amigos, algo que propició más de un malentendido con algunos de ellos.
Fue una autora comprometida con su arte hasta el punto de asimilar completamente casi cada palabra escrita a su pensamiento, a su vida, por ello temía alcanzar el final de cada una de sus obras, porque se exponía completa ante el mundo. Insegura ante las críticas de una manera enfermiza, los días previos a la publicación de una novela se convertían en un suplicio teñido de oscuridad que la dejaba exhausta.
Pero al mismo tiempo es una mujer mucho más fuerte y alegre de lo que imaginaba.
Siempre asomada al precipicio de la depresión nerviosa, caracterizada por fuertes dolores de cabeza, mareos, falta de concentración, apatía y desilusión, tuvo épocas de verdadera lucidez en las que atrapaba la vida con pasión, escribiendo, disfrutando de sus amistades en persona o a través de una voluminosa correspondencia, colaborando en revistas y periódicos, viajando, trabajando en su propia editorial, la Hogarth Press, dando clases a mujeres, colaborando con el movimiento sufragista...
Asistimos también a la amistad que ella y su marido mantuvieron con un grupo de personas con los que acabarían formando sin pretenderlo lo que se conoce como El grupo de Bloomsbury: Roger Fry (pintor y crítico de arte), Duncan Grant (pintor), John Maynard Keynes (economista), Lytton Strachey (escritor e historiador) o los propios padres del autor, Clive (crítico de arte) y Vanessa Bell (pintora), hermana de Virginia. Con algunos de ellos, como Lytton Strachey (que llegó a proponerle matrimonio) o Roger Fry, mantuvo una amistad muy profunda y especial que iba más allá de discrepancias, disputas y desencuentros a la hora de enfrentarse a sus respectivas obras, como autores o críticos de las mismas.
Para todos los que admiramos el delicado buen hacer de esta escritora, la biografía escrita por Quentin Bell es una lectura indispensable porque nos permite asomarnos a una personalidad tan compleja como sensible, lo que procura un mayor entendimiento de su obra.

 

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Modigliani



Para Rodrigo.
Una pequeña muestra del arte de Modigliani.

 

posted by Ainhoa on 1:14 p. m. under

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Reflexión básica sobre mis obsesiones


Cada cierto tiempo mi pensamiento es atrapado por algo o alguien; eso me hizo pensar que quizá fuera una persona demasiado obsesiva dada la persistencia con la que ese algo o alguien acudían a mi mente. Mi curiosidad me llevó a buscar en el diccionario el significado exacto de la palabra obsesión y he aquí el resultado.1. Idea o preocupación que no se puede alejar de la mente.
2. (Psiquiatría) Idea, generalmente absurda o incongruente, que irrumpe de forma imperativa e irreprimible en la conciencia, aunque el sujeto se dé cuenta de su carácter mórbido y extraño a su propia persona.
En alguna de esas páginas de psicología que pululan por el universo cibernético cuya fiabilidad no me ha dado por contrastar, he leído que, efectivamente, las obsesiones son ideas persistentes, pensamientos, impulsos o imágenes que son experimentadas como intrusas e inapropiadas y que causan marcada ansiedad o angustia.
Parece ser que la obsesión se caracteriza por la angustia o la preocupación así que, de momento, me he quedado huérfana de definición porque a mí, mis obsesiones me procuran más placer que angustia, y no veo en ellas morbidez o extrañeza. Lo que sí es cierto es que no las puedo alejar de mi mente sin importar si estoy en el trabajo, en el metro o tomando unas cañas con los amigos. Mi cerebro siempre encuentra un tiempo muerto en el que volar hacia la idea que en ese momento tenga enredada mi existencia.
Por ejemplo, desde hace un par de meses estoy obsesionada con la música de John Frusciante. Ayer, sin ir más lejos, escuché su álbum To record only Walter for ten days unas diez veces. Y hoy creo que ya van cuatro. Y las que me quedan.
Todas mi obsesiones han sido de este tipo (un libro, un cuadro, un viaje, sobre los que no puedo dejar de pensar) así que bien se podría decir que soy una obsesiva inofensiva porque incluso evito ser demasiado pesada al respecto con las personas de mi entorno. Lanzo alguna pincelada de vez en cuando pero sin pasar de ahí porque de lo que sí me he dado cuenta es de que estas obsesiones me debilitan. ¡Vaya! Creo que acabo de encontrar el sustantivo correcto: debilidad, de la que en el diccionario se me informa que es gusto o preferencia exagerada por alguien o algo. Aunque esa preferencia exagerada me justifica, yo sigo pensando que es un sustantivo que se queda corto; quizá su sonoridad no tenga la contundencia necesaria que mi estado mental demanda, pero una definición es una definición y no creo que esté en posición de contradecirla.
Volviendo a ese sentimiento de debilidad: hablar, o en este caso escribir, de las obsesiones de uno es una actividad muy arriesgada; es como si te quedaras desnudo frente al mundo y tuvieras que dar demasiadas explicaciones al respecto. Porque, ¿qué pensaría, por ejemplo, mi padre si le cuento que mientras estoy introduciendo en el programa contable de la empresa en la que trabajo las facturas del último mes en lo que en realidad estoy pensando es en la letra de Going inside? Probablemente pensaría que estoy loca aunque yo lo que espero es que él también tenga esta maravillosa capacidad para la obsesión (o la debilidad) porque es una parte muy importante de aquello que hace que la vida, mi vida al menos, valga la pena.

 

posted by Ainhoa on 8:10 p. m. under ,

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Automat


AUTOMAT, 1927
EDWARD HOPPER (1882-1967)
Una cafetería con una iluminación lacónica; en su interior destacan una mesa redonda y dos sillas. Una de las sillas está ocupada por una mujer de unos treinta años, ataviada con un abrigo verde botella con los puños y solapas rematados en negro, y un sombrero de color amarillo cadmio manchado de ocre, que parece destinado a disimular su aparente soledad: la otra silla está vacía.
Ella concentra su mirada en la taza de café que, con burda delicadeza, sujeta con la mano derecha, despojada del guante. La otra mano, todavía enguantada, reposa alerta sobre el frío mármol de la mesa.
Detrás hay una gigantesca cristalera que apenas refleja las luces del interior de la propia cafetería, ignorando sin pudor la escena callejera y nocturna.
El frutero rebosante de coloridas piezas que aparece apoyado en la repisa interior de la cafetería sería el vivaz contrapunto al automatismo de la escena que el título indica.
Pero,¿qué o quién es el autómata en esta escena?, ¿el escenario o el personaje? Porque en esa mirada absorta en el café, en ese precario estar (lleva el abrigo puesto y la mano izquierda permanece enguantada), en esas piernas que, incómodas, se ocultan bajo la mesa, en esa supuesta quietud en definitiva, esa mujer de rostro níveo cuyo nombre ignoramos, puede estar convocando la fuerza y la firmeza necesarias para tomar una decisión trascendental que habrá de cambiar su vida. Quizá sea al abrigo de la noche y en la intimidad impoluta de una cafetería lógicamente vacía en ese momento del día donde ella pueda pensar con claridad, donde pueda vislumbrar el camino a seguir entre el barullo de pensamientos enmarañados que se pelean en su mente. Quizá sea esta una soledad deseada... O quizá no. Puede que sea nueva en la ciudad y no conozca a nadie con quien pasear por calles todavía extrañas y tan ariscas como todo aquello que ignoramos. Puede que no se atreva a mostrar su soledad circunstancial a la luz del día, cuando es más fácil exponerse a la perversidad de una sociedad que tan poco espacio reserva para los solitarios, tanto para los que lo son por vocación como para aquellos que en algún momento de sus vidas son arrojados a sus crueles fauces sin que puedan hacer nada para evitarlo.
Soy consciente de que Hopper con su obra quería describir una sociedad inhóspita e individualista, cuyos habitantes ya no comparten palabras ni pasiones y se han olvidado de vivir al calor reconfortante de la amistad. Esa cafetería impersonal e insensible es el escenario insuperable para un personaje apático y carente de aspiraciones, pero yo, siempre fascinada por las historias que conceden segundas oportunidades, por los renacimientos personales y la valentía romántica del comenzar de nuevo, no puedo resistirme a pensar que quizá esta escena represente un punto de partida hacia una nueva vida más rica en matices y fortunas.

 

posted by Ainhoa on 7:35 p. m. under

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Rilke. Fragmentos.


Fragmentos de la carta que Rainer M. Rilke escribió a Franz X. Kappus el 17 de febrero de 1903.

No hay cosa con la que pueda tocarse tan escasamente una obra de arte como con palabras críticas: siempre se va a parar así a malentendidos más o menos felices. La cosas no son todas tan palpables y decibles como nos querrían hacer creer casi siempre; la mayor parte de los hechos son indecibles, se cumplen en un ámbito que nunca ha hollado una palabra; y lo más indecible de todo son las obras de arte, realidades misteriosas, cuya existencia perdura junto a la nuestra, que desaparece.


Por eso, sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana: describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo. Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pued para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente. Y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría teniendo siempre su infancia, esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí su atención. Intente hacer emerger las sumergidas sensaciones de ese ancho pasado; su personalidad se consolidará, su soledad se ensanchará y se hará una estancia en penumbra, en que se oye pasar de largo, a lo lejos, el estrépito de los demás. Y si de ese giro hacia dentro, de esa sumersión en el mundo propio, brotan versos, no se le ocurrirá a usted preguntar a nadie si son buenos versos.

 

posted by Ainhoa on 6:59 p. m. under

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Sobre el desierto...


La belleza del desierto es el silencio. Y con el silencio se empieza a comprender todo.
Sam Shepard

Había descubierto que el desierto tenía una belleza demasiado severa para que te llegase de inmediato.
Michael Cunningham
Una casa en el fin del mundo

Pero cuando ví cómo vibraba el sol por la mañana en lo alto del desierto de Santa Fe, algo se detuvo repentinamente en mi alma y despertó mi atención.
D.H. Lawrence

Los huesos parecen conducir al centro de lo que está más vivo en el desierto, aunque éste sea grande y vacío e intocable y aunque a pesar de toda su belleza no conozca la amabilidad.
Georgia O´Keefe

La primera vez que fui al desierto con mi padre- siguió relatando Orens-, me dí cuenta de que ya nunca podría olvidarlo. No se me ocurre qué decir para describirte lo que se siente. He querido que vieras la película porque lo enseña muy bien, cuando Lawrence mira el desierto desde lo alto de su camello y se siente un elegido. Eso es lo que te pasa. Toda esa inmensidad parece haberte elegido, a ti solo, como si sólo la hubieran puesto ahí para que tú la miraras. Es lo que pasa también con las luces de Madrid a lo lejos que veíamos el otro día. No te pasa nada de eso cuando estás rodeado de gente. Entonces, nada es de nadie. Todos hablan y corren y nadie escucha y nadie llega a ninguna parte, por mucho que se empeñe.
Lorenzo Silva
El cazador del desierto

Pero al final Dahoum me llevó con él: "Ven a sentir la esencia más suave de todas"; entramos en la habitación principal, nos acercamos a los abiertos huecos de las ventanas de la fachada oriental y allí bebimos con la boca abierta el aire del desierto, reposado, vacío y sin remolinos, que pasaba palpitante. Aquel sosegado aliento había nacido en algún lugar más allá del distante Eúfrates y había recorrido su camino durante muchos días y noches sobre hierba muerta hasta su primer obstáculo, las artificiales paredes de nuestro derruido palacio. Ante ellos parecía rezagarse y formar remolinos, murmurando con un balbuceo infantil. "Ésta- me dijeron- es la mejor: no tiene sabor". Mis árabes volvían la espalda a los perfumes y lujos para escoger aquellas cosas en las que lo humano no había tenido parte alguna.

T.E. Lawrence

Los siete pilares de la sabiduría

 

posted by Ainhoa on 10:15 p. m. under

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