Quizá la más querida - Julio Contázar



Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.




 

posted by Ainhoa on 2:23 p. m. under

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Nick Drake - Pink Moon


Pink Moon es el título de último álbum que Nick Drake publicó en vida. Apenas necesitó dos noches para grabarlo, dos noches de luna rosa en las que no existió nada más que su voz, su guitarra y un breve piano. El resultado son diez canciones que se suceden con la levedad de un susurro a través de una voz que te toca con dulzura, a veces con temor, que no se pierde entre sofisticados arreglos.
Cuando escribió estas canciones estaba sumido en una profunda depresión. Dicen que podía permanecer sentado durante horas, mirando a través de la ventana. Dicen que se le trababan las palabras. "Sí, no puedo pensar en palabras. No siento ninguna emoción respecto a nada. No puedo reír ni llorar. " Dicen que cuando terminó de grabar Pink Moon dijo: "Ya no tengo nada más que decir". Dicen que se suicidó, pero también dicen que todo fue una terrible equivocación. Ocurrió el veinticinco de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro. Tenía veintiséis años.

 

posted by Ainhoa on 2:12 p. m. under

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Las palabras

Ahora que ando inmersa en la escritura de una novela me ha dado por pensar mucho en las palabras, sobre todo en la palabra escrita, en su poder. Por ejemplo, después de escribir la anterior entrada de este blog, la dedicada a Dallas, los recuerdos se han vuelto más intensos. Parece que escribiendo soy capaz de acercarme más a la esencia de las cosas, es como vivir dos veces, o una, pero de una forma más intensa. Hay ocasiones en las que hasta que no pongo por escrito mis ideas o convicciones no puedo dibujar sus contornos, y permanecen en mi cabeza con la forma informe de una nebulosa de la que no soy plenamente consciente. Pero no es sólo lo que uno escribe, sino también lo escrito por otros, aquello en lo que te reconoces, aquello que se intuía que estaba dentro de uno, pero que era incapaz de distinguir hasta entonces. Decía Marcel Proust que "todo lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir aquello que, sin ese libro, él no sería capaz de ver de sí mismo". No podría estar más de acuerdo.

 

Dallas



El mes pasado hizo diez años que regresé de Dallas, donde viví durante un año. Es curioso, pero durante estos diez años no ha habido un solo día en el que no haya recordado algo de aquella experiencia, aunque sea en forma de ráfaga luminosa apenas reconocible. Y digo luminosa porque Dallas es así. El sol, pocos días ausente, lanza sus rayos furiosos contra las inmensas fachadas de cristal de los rascacielos, y éstas reverberan y deslumbran, como un ídolo hipnotizador. La luz, el calor pegajoso, el invierno fugaz. Las calles sin aceras, porque Dallas es una ciudad pensada para los coches en la que caminar resulta extravagante. Y los centros comerciales, apabullantes, coloridos, ruidosos, fuente absurda de diversión absurda que aquí estamos importando con ilusión. Las carreteras, seis carriles en cada sentido, cientos de restaurantes de comida rápida reclamando la atención desde los lados con gigantescos carteles. Everything is big in Texas, todo es grande en Texas, uno de sus lemas más famosos. El otro, Don´t mess with Texas, es decir, ni se te ocurra meterte con Texas. Sorprende la amable simplicidad de sus habitantes, orgullosos de ser lo que son, de su acento arrastrado, de sus sombreros de cow-boy y sus camisas de flecos, que cantan el himno nacional emocionados, en los rodeos, en los partidos de baloncesto, en los partidos de lo que sea, con la mano en el corazón (o la mano en el sombrero y el sombrero en el corazón). Allí los chicos te piden citas y te sacan a bailar, como me contaba mi abuela que hacían en sus tiempos. Allí hay discotecas a las que es mejor no ir si no quieres acabar con una bala alojada en tu cuerpo, porque sólo en la puerta de las bibliotecas te piden que dejes el arma de fuego fuera. Quizá en las iglesias también lo hagan, pero es que nunca fui a misa en Dallas. En los cines lo que se pide es que, por favor, sea tan amable de quitarse el sombrero para que los que tiene detrás puedan ver. Y en los supermercados las cajeras (casi siempre mujeres, cincuentonas, rubias, con los dedos llenos de anillos y exceso de rimmel en las pestañas) te preguntan qué tal estás hoy, how are you doing today?, con su acento arrastrado, con su amabilidad aparentemente inocente y sincera ocultando la obligación que es para ellas tratar bien al cliente. Qué me importaban a mí sus razones, sus motivos ocultos. Aquellas señoras me hacían sentir bien. Porque yo estaba lejos de los míos, y sólo tenía veintiún años y no tenía ni idea de quién era y estaba allí, en el corazón de una ciudad de cristal, huraña y feota, de la que lo único que sabía antes de ir era que en ella tenía un rancho J.R. y que en sus calles habían asesinado a Kennedy. Con el tiempo aprendí muchas cosas más, de ella, de mí, (sobre todo de mí) y ahora, cuando echo la vista atrás, ya no me parece tan huraña y tan feota sino un lugar capaz de devolverme cada día unos recuerdos que me ayudan a tomar impulso para seguir adelante.


 

posted by Ainhoa on 6:03 p. m. under ,

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Jardín de Invierno


Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.

Pablo Neruda

 

posted by Ainhoa on 5:25 p. m. under

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