Tracy Chapman


Hoy he vuelto a escuchar el álbum de Tracy Chapman que lleva por título su propio nombre. He tenido que armarme de valor, consciente de lo mucho que me cuesta enfrentarme a la tristeza que encierra la belleza de ese puñado de canciones de apariencia inofensiva. Canciones de escasa duración que, amparadas en ritmos sencillos y reposados, transmiten rabia y frustración a partes iguales a través de una voz triste y carente de estridencias que nos habla de mujeres maltratadas (desgarradora Behind the wall), de la diferencia de clases, de las injusticias sociales, del amor y del desamor...Pero por encima de todo ello destaca la idea de la falta de espacio para que el pueblo alce la voz como origen de la mayor parte de los males que asolan este jodido mundo mecanizado, alienado y alienante; porque como dice en Talkin´ bout a revolution, puede que se hable de revolución pero es como un susurro.
Tras apenas media hora su voz se apaga y yo no sé cuando volveré a reunir la valentía suficiente para escucharla de nuevo.

 

posted by Ainhoa on 6:32 p. m. under

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Un pequeño tributo


París, Natalia y yo. Y un montón de buenos recuerdos.
Ahora que todo va a cambiar, sabes que puedes contar conmigo hasta el final.

 

posted by Ainhoa on 6:33 p. m. under

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Arizona


Hace casi diez años visité el desierto de Arizona. No sé por qué hoy me he acordado de ello; quizá porque nunca he podido olvidarlo.
Recuerdo que recorrimos decenas de kilómetros que parecían no conducirnos a ningún lado. Recuerdo que aquellos kilómetros estaban plagados de pedruscos, baches y súbitas pendientes que hacían que nos golpeáramos la cabeza con el techo de la furgoneta en la que viajábamos, que en aquellos momentos parecía una coctelera donde se agitaban tres alemanas insoportables (nada que ver contigo, Birgit), dos francesas muy graciosas, dos hermanos daneses encantadores, una japonesa y una suiza extremadamente educadas y dos españolitas para las que el mundo entero no era suficiente.
Justo cuando comenzaba a pensar que de alguna forma ajena a la lógica había ido a parar a una película de Buñuel (yo tenía veintiún años entonces; la vida todavía la imaginaba ordenada) llegamos a un campamento instalado a orillas de un improbable lago. Allí vivían Rusty y Betty, un matrimonio sexagenario, que un día decidieron que no había nada mejor en este mundo que contemplar las estrellas cada noche.
Criaban cerdos y cuidaban caballos y, de vez en cuando, decidían compartir aquel pedazo de tierra de apariencia hostil con otras personas.
Yo fui una de aquellas personas afortunadas que pudo pasear a caballo entre cactus gigantescos, escuchar las historias de Rusty y Betty al calor del fuego con un sencillo plato entre las manos, nadar en aquel lago improbable y contemplar las estrellas cada noche. Y respirar el amanecer, todavía frío. Y rendirse ante el calor porque era lo único que se podía hacer.
Porque aquel era un paisaje severo, despiadado, que te sujetaba por el cuello con fuerza y te gritaba al oído. ¡Mírame bien! ¡Mira a tu alrededor! ¡Mira al cielo! ¡Esta es la inmensidad que no empequeñece! ¡Siéntela! La inmensidad que te devuelve a ti mismo. Aquí todo es posible. Incluso existir.

 

posted by Ainhoa on 8:39 p. m. under

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