La bendita soledad de una mujer en el paro

Puede que haya personas que sientan pavor ante la perspectiva de pasar tan sólo una tarde a solas consigo mismas, pero ese, afortunadamente, no es mi caso.
Mi propia compañía me resulta extremadamente agradable; conozco mis gustos y las diferentes formas de satisfacerlos; mis despistes, nunca delitos (ni faltas, por supuesto) me inspiran una tierna benevolencia, y si decido abandonar mi guarida, humilde depósito de mis tesoros en forma de libros y cds, no temo ir sola al cine, a un museo o sentarme en una cafetería ante una taza de té y una buena novela. Esto, sin duda, es una gran ventaja puesto que, si todo va bien, durante los próximos dos años (como mínimo), este país tendrá que abstenerse de contar conmigo, al menos en mi faceta productiva. Abrazo desde ya y sin remordimientos los placeres de la vida, tan huidizos durante los últimos meses, placeres sin toque de queda, sola la mayor parte supongo, y en buena compañía cuando las obligaciones de mis seres queridos se lo permitan. Soy una feliz mujer en el paro, tan feliz que ni el gesto torcido de mi abuela cuando le dije que había dejado mi trabajo fue capaz de desdibujar mi estado de placidez mental. Lo siento abuela, pero yo nunca me tragué eso de que el trabajo da la felicidad o proporciona dignidad. El dinero, esa es la clave, y por el momento tengo suficiente para cubrir mis necesidades básicas y darme algún que otro capricho. ¿Lo que vendrá después? Sinceramente, me importa un bledo.

 

posted by Ainhoa on 7:12 p. m. under

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