Alice Munro
Nieve en el parque
posted by Ainhoa on 11:25 a. m. under Fotografía, Residuos, Un poco de todo
El jugador
Sergio Hernández-Ranera dice que, de vivir hoy, Dostoievski sería el más heavy. Y no le falta razón. En su obra "El jugador" , escrita en muy pocas semanas bajo la presión de un agente bastante rastrero al parecer, deja en evidencia al sempiterno colectivo social compuesto por personas que solo tienen imagen y muy poco contenido. Personas que se llenan la boca de fórmulas decorosas mientras sus manos emponzoñadas se afanan en amontonar dinero fácil sin importar los métodos utilizados para conseguirlo. Y entre ellos se cuela Alexei Ivanovich, tutor de los hijos de un general al que solo le quedan las medallas. Ivanovich es insolente, cotilla, descarado, pobre y sin reparos a la hora de reconocerlo, lo que hará más evidente la hipocresía del resto.
La novela tiene un ritmo atolondrado, un lenguaje directo y como siempre en Dostoievski, los personajes se debaten entre la salvación y la miseria más miserable. Y todo es cuestión de un segundo, un milímetro o un leve parpadeo.
"El jugador" no es "Crimen y castigo", su lectura no te lleva a la extenuación, pero tiene momentos memorables y la presencia de Antonida Vasilievna Tarasevicheva no tiene precio.
De propina, un vídeo dedicado al más heavy.
Si no se llamaran Navidad...
Ya está. Ya pasó. A la Navidad me refiero. Ha estado bien. Me he reído mucho. Incluso he podido disfrutar de la nieve. Pero aun así, son días que tienen un regusto angustioso, que me aturden. Los disfruto pero quiero que pasen rápido. Será que mi padre ya no tiene la misma alegría que antes. Será que tengo que contestar a las mismas preguntas un millón de veces. Será que en casa de mis padres, aunque todavía tengo mi habitación, ya no la siento como propia. Será este maldito resfriado. Y toda esa gente que ya no está. Sobre todo ellos. Por eso prefiero acordarme de vosotras, y de la jaula de la discoteca, y de la pequeña Daniela y su peluca verde, y de las teorías sobre la endogamia que tanto dieron de sí. Y es que, pensándolo bien, han sido unos días muy divertidos. Es solo que si no se llamaran Navidad…
2008
Podía hacer balance de los hechos que no necesitan grandes alardes lingüísticos para ser comprendidos. Este año me fui de vacaciones a Rumanía. E hice un par de escapadas, a Lanzarote y al Cabo de Gata. Eso todo el mundo lo entiende. Sigo escribiendo mi novela. He comenzado con el capítulo catorce. No, no sé cuántos capítulos va a tener. Esto también se entiende sin problema. Y no, de momento no estoy buscando trabajo. Bueno, esto a veces no se entiende, pero no porque el lenguaje sea complicado, sino porque hoy en día resulta difícil concebir que alguien pueda estar en paro y no preocuparse por ello. Yo lo elegí, no te preocupes, que todavía tengo ahorros suficientes para sobrevivir con cierta holgura. Esto es lo que le tengo que recordar a mi madre cada vez que sale el tema, aunque ni así consigo que deje de angustiarse.
Ese es un balance fácil de hacer. Es casi una enumeración salpicada de comentarios hechos con más o menos gracia.
Pero hay otro tipo de balances, otros hechos, los que de verdad quisiera poder contar, que más que hechos son sensaciones, a pesar de que me han llevado en volandas a través de estos doce meses. Ha sido mucho el tiempo que he tenido para mí, para pensar, para leer, para escribir, para escuchar música, para disfrutar de mi soledad. Por mucho que haya sido lo más significativo y enriquecedor que me ha ocurrido en años, encuentro demasiado complicado revisitar todas esas emociones y volcarlas en este espacio, explicar lo que han supuesto para mí. Lo he intentado, pero exponerme de esa forma me resultaba demasiado violento. Así que al final he optado por la cobardía de condensarlas en verbos que, a pesar de la dimensión de su significado, así, en abstracto, parecen vulgares, ajados. Pensar, leer, escribir, escuchar música, disfrutar de mi soledad.
"Alta Fidelidad", de Nick Hornby
Polly
Polly fue secuestrada, torturada y violada. Ocurrió en Tacoma, en junio de 1987.
Kurt Kobain quiso entrar en la mente del secuestrador, torturador y violador a través de esta canción. Canta como si fuera él. Polly quiere una galleta. A Polly le duele la espalda. Polly quiere agua. Canta como si fuera él, pero no acabo de creérmelo. Su voz lo delata. Es demasiado delicada. Además, Kurt libera a Polly. Y eso no ocurrió en la realidad. Kurt hizo que el raptor creyera que su víctima disfrutaba con el martirio que estaba sufriendo, hizo que bajara la guardia y Polly pudiera huir. Kurt era un buen chico.
Seda
Rayuela capítulo 7 (voz de Julio Cortázar). His voice.
Dejaré que hoy hable él.
Tu Vuo' Fa L'Americano - The Talented Mr Ripley
Hay una serie de películas que no puedo evitar ver si las encuentro en la televisión por casualidad. No importa las veces que haya visto "Billy Elliot", "Cadena perpetua", "Sleepers", "El indomable Will Hunting", "Descubriendo a Forrester" o "El talento de Mr. Ripley", me quedaré hasta que terminen. Lo raro es que cuando pienso en mis películas favoritas, no son las primeras que me vienen a la cabeza, pero aún así hay algo en ellas que me engancha.
Por ejemplo, en las últimas dos semanas he visto "El talento de Mr. Ripley" un par de veces en uno de los canales de Digital+, y sé que la volveré a ver si la vuelvo a encontrar. No lo puedo evitar.
Aquí os dejo una de las escenas menos asfixiantes de la película.
Departures
Personajes
After Dark
El cementerio alegre
Bucarest
Por el momento Bucarest es tomada como ciudad de partida de la ruta hacia el castillo donde se supone (pero nadie puede afirmar) que habitó Vlad Tepes, el voivoda valaco que inspiró el personaje de Bram Stoker. Qué error más grande. Porque ese castillo es anodino y nada terrorífico y además está lleno de gente mientras que Bucarest permanece sentada en un rincón para no molestar, pero con deseos de ser aceptada entre las chicas bonitas, como una muchacha tímida en un baile. Y para ello se pavimentan calles, se mejora la red de metro, se restauran basílicas y se pintan las fachadas de esos palacetes que hicieron que un día se refirieran a ella como la París del Este. Yo le doy unos cinco años para que comience a estar incluida en esos terribles circuitos que te arrastran de los pelos con tu beneplácito a través de diez ciudades en apenas unos pocos días. Estoy segura de que en cinco años escucharé a la gente cacarear sus virtudes, referirse a su belleza con emoción. ¡Qué bonito! ¡Qué fácil!, exclamaré. Y me enfadaré, y diré que yo estuve allí cuando nadie la quería, recorrí sus calles, infatigable, entre zanjas, baches y un tráfico endemoniado; busqué su belleza y la encontré, ¡claro que la encontré! y además por entonces, diré también, la cerveza era baratísima.
Plenitud de fin
"El amor por la belleza es inseparable del sentimiento de la muerte. Pues todo lo que cautiva nuestros sentidos con escalofríos de admiración nos eleva a una plenitud de fin, que no es otra cosa sino el deseo abrasador de no sobrevivir a la emoción. ¡La belleza sugiere una imagen de inanidad eterna! Venecia o los crepúsculos parisienses nos invitan a un fin perfumado, en el cual la eternidad parece haberse detenido en el tiempo."
Daniel Mordzinski - El fotógrafo y el escritor
Borges en blanco y negro, de perfil, sentado pero apoyado a pesar de todo en su bastón. Una mano le indica hacia dónde mirar aunque me temo que sin voz es un gesto inútil. Creo que él ya no puede ver.
En una foto cercana está su buen amigo Bioy Casares, también con las manos apoyadas en su bastón. Bioy tiene la mirada triste, como si no quisiera dejarse fotografíar. Me resulta incómodo observar esa imagen durante más de cinco segundos, pero persisto, por si la sensación es pasajera o resulta engañosa, pero no lo es.
Es más fácil observar a Javier Cercas de pie en el centro de una piscina redonda de plástico, con el agua por las rodillas, leyendo un libro. A Juan Goytisolo o a Octavio Paz, tan dignos ellos. O la falsa modestia de Vargas Llosa, que cubre su rostro con unas manos muy cuidadas. También el exhibicionismo egocéntrico y divertido de Enrique Vila-Matas, que abre su gabardina con ademán osceno para mostrar varias copias de una fotografía suya colgando en el interior.
Hay a quienes muestra trabajando, como a Eduardo Berti, que está tomando notas en un cementerio que parece salido de Pedro Páramo; o a Julio Llamazares, en su estudio, rodeado de libros, de cuadernos, descalzo, con su hijo (imagino que es su hijo) tratando de cerrar la puerta para preservar la intimidad creativa de su padre; a Arturo Pérez Reverte, que está de espaldas en lo que parece, por su frialdad, el escritorio de una habitación de hotel.
Me gustaron especialmente las manos ajadas de Miguel Delibes, y las de Marifé Santiago Bolaños, que sujetan un libro escrito por ella. Sólo manos, no hay rostros en estas fotografías. También me gustó ver a Ricardo Piglia en una estación cuyos trenes no parecían llevar muy lejos. Y a Quim Monzó en plan mesiánico en un parking inquietante. A Rosa Montero, tan hermosa, tan consciente de sí misma. A Francisco Ayala, anciano y entrañable hasta las lágrimas.
Eran tantos...
Calor
Durante estos días de intenso calor, mi vida ha transcurrido como en una película de Eric Rohmer, como si no pasara nada en apariencia pero en realidad estuviera ocurriendo de todo. Al menos dentro de mi cabeza, que es donde ocurren las cosas más significativas. Porque, como ya he señalado varias veces en entradas anteriores, soporto muy mal el calor, me quedo sin fuerzas y no puedo pensar con claridad. Así que lo que hago es encerrarme en casa con mi fiel aire acondicionado, (como mucho salgo a comprar el pan o a dar algún paseo tempranero), y me entrego con pasión a actividades que requieren un mínimo esfuerzo físico. Leo, libros de viajes principalmente (qué forma más maravillosa de ir lejos, muy lejos), veo alguna película (Viaje a Darjeeling, una recomendación que vino desde Capri , es con la que más he disfrutado) o escucho millón y medio de veces seguidas Bleeding me (“I am the beast that feeds the feast”). Eso es lo que hago, recluirme con mis obsesiones y mis paranoias, más feliz que Zaplana en un centro de bronceado. Pero ahora que parece que las temperaturas han comenzado a bajar me encuentro con esta duda existencial: ¿de verdad quiero que este calor se consuma a sí mismo y desaparezca para volver a tener un cierto control sobre mi persona, o prefiero que se quede y así poder utilizarlo como excusa perfecta para seguir encerrada en mi casa y en mi cabeza, escenarios ideales ambos de una existencia diseñada a medida de mis desvaríos?
Un estado de ánimo
Pero Marrakech no es así, no es de las que se planta delante de uno para ofrecerse con descaro y efectivas poses. Ella se muestra poco a poco y nunca por completo.
Primero te pone a prueba en la medina, con sus calles angostas y repletas de gente, de motocicletas, de vendedores ambulantes, de burros que tiran de carros llenos de cualquier cosa susceptible de ser transportada, de tenderetes sobrecargados. Después, piensas que la ciudad te está tomando el pelo porque ninguna de que esas calles conduce a monumentos fastuosos ni a opulentas mezquitas ni a grandes avenidas, sino que te conducen a ellas mismas, a su bullicio de colores y abalorios, una y otra vez. Y sigues caminando, y tropezando y tratando de esquivar las motocicletas que se abalanzan sobre ti sin miramientos hasta que te detienes en un puesto de frutos secos y compras unas nueces; después contemplas el colorido de los pañuelos que se exhiben en la tienda de al lado, el de las babuchas, el de las cuentas de los collares, el de las alfombras que cubren las paredes, acaricias un bolso de cuero repujado, paras en otro puesto y tomas un zumo de naranja…
Entonces entiendes que todo está ahí, en ese plato de cous-cous, en el té con hojas de menta, en los encantadores de serpientes y las tatuadoras que tatúan con henna en la plaza Djemaa el Fna, en el jardín de naranjos, en la silueta que la Menara dibuja en el horizonte al atardecer, en la tienda de artesanía que tienes que atravesar si quieres llegar a las tumbas Saadies, en Abdelhadi y la mañana que pasamos en su casa compartiendo té y vivencias, en el desayuno frente a la Koutubia.
Eduardo Jordá escribió que Dublín es para él un estado de ánimo que le resulta muy grato. Cuando lo leí, pensé que a mí me ocurría lo mismo con Marrakech.
Un otoño con Auster y Murakami

La risa del senegalés
Llegó justo cuando terminábamos de desayunar. El restaurante, en comparación con el resto del hotel, tenía un desconcertante aire moderno gracias a un mínimo mobiliario en rojo y negro. La habitación en la que habíamos pasado la noche también era minimalista, pero de una forma mucho más áspera. Las paredes estaban pintadas en un tono verde desvaído, las baldosas del suelo eran rugosas y estaban descoloridas. En el baño la luz no paraba de temblar, el grifo del lavabo goteaba y el agua tenía un color pardo un tanto sospechoso. Afortunadamente, las camas no eran del todo incómodas.
A las cinco de la mañana, tal vez las seis, el almuecín entona la llamada a la oración. Me despierto sin saber muy bien dónde estoy, empapada en sudor. Él también se despierta. Salimos al balcón envueltos en las sábanas. Ante nosotros se extiende una ciudad destartalada en la que no sabemos si los edificios están a medio construir o se están derrumbando. Vemos a un mendigo que dormía en una acera dirigirse al centro de la calle, con paso lento, y colocarse en dirección a la Meca para comenzar el rezo. Entonces nos miramos y sonreímos, casi con vergüenza, porque empezamos a comprender que la palabra injusticia va a perder definitivamente su carácter abstracto y porque, a pesar de todo, nos gusta estar allí, en ese balcón, escuchando la llamada doliente a los fieles, envueltos en un calor pegajoso, tan lejos de Madrid, tan diferentes y libres, y con la extraña sensación de estar un poco más cerca de lo que queremos ser.
Como ya he dicho, vino a buscarnos cuando estábamos terminando de desayunar. Era un senegalés delgado y fibroso, de unos cuarenta años, que nos sorprendió con su castellano casi perfecto y sus movimientos precisos. Su voz era tosca, sonaba desgastada, pero te miraba a los ojos al hablar. No tardamos mucho en descubrir su carácter alegre y lo mucho que le gustaba reír.
A lo largo de aquellos días, mientras recorríamos las carreteras, que en realidad eran caminos de arcilla llenos de baches y charcos que parecían lagunas, nos contó infinidad de historias. Era un hombre orgulloso y presumía de sus días de luchador; decía pertenecer a una tribu de hombres fuertes y ágiles, e incluso, aseguró, había llegado a luchar con leones. También había estado en Madrid e insistía en que las nuevas barriadas que se estaban construyendo en Dakar se parecían mucho a las de Majadahonda, tratando de maquillar de esta forma el evidente atraso de su país. En esas situaciones no me manejo demasiado bien (el sentimiento de culpa del occidental) y no me atreví a decirle que no hacía falta, que nadie les estaba acusando de nada. ¿Acaso se les podía acusar de algo? También nos habló del carácter sagrado del baobab y de los poderes curativos de su fruto, el pan de mono. Manifestó sin pudor su odio hacia los franceses así como la admiración que sentía por Léopold Sédar Senghor, poeta senegalés que llegó a ser el primer presidente de la república tras independizarse de Francia. Historias y más historias, algunas creíbles; las otras, las que no lo eran tanto, eran las más divertidas.
Con él recorrimos Dakar, sus mercados, sus calles descompuestas. Nos presentó a comerciantes y artistas, todos igual de risueños y orgullosos. Viajamos en piragua entre los manglares del delta del Siné-Saloum, visitamos el Lago Rosa, la Isla de las Conchas y la de Goreé, donde nos explicó que no sudaba porque no comía grasa y apenas bebía, y allí estábamos nosotros, medio muertos, sudando años de embutidos y cocidos.
Recuerdo una tarde en un campamento de casas de adobe, a orillas del mar, donde tuvimos que esperar varias horas a que en un poblado cercano dieran permiso para poner en marcha el generador de luz y agua. Nos sentamos fuera de nuestra cabaña rojiza, en el suelo, mientras anochecía y una suave brisa refrescaba el ambiente. No recuerdo exactamente de qué hablamos, pero sí recuerdo su risa, efusiva y afable, y la nuestra, más comedida. También recuerdo que pensé que quizá Senegal no tuviera grandes monumentos y seguramente sus paisajes fueran de los más discretos de África, pero en ese momento marginal, todavía sucios por la arcilla del camino, con las primeras estrellas asomando en el cielo, aquel lugar me pareció el más hermoso del planeta.
El credo de Paul Bowles
Master of Puppets y unas entradas para la ópera

Elephant

Rincones y cosas
Las Negras
Las Negras es un pueblecito costero del Cabo de Gata. De todos los que allí hay no es el más bonito ni el que tiene la mejor playa. De hecho es un pueblo más bien incómodo, denso, con una calle principal en la que se amontonan los coches y que va a dar a una playa de piedras estrecha y algo sucia, y algunos edificios de apartamentos construidos con muy poco gusto, al estilo de los años setenta, aunque dudo mucho que sean tan primitivos.
Pero también hay casas de pescadores, de esas que no se venden, en ningún sentido. Y bares tranquilos. Y barcas de colores desvaídos reposando sobre las piedras. Y unas vistas fastuosas de las montañas que se precipitan al mar.
Las Negras era hasta hace poco una especie de contradicción moderada: el aire hippie del lugar y la especulación inmobiliaria más o menos controlada conviviendo en una armonía aparente.
Y digo era porque ahora ya no sé qué pensar; bueno, sí lo sé, de nada sirve engañarse a una misma. A pesar de que la aparición gradual de algunas casas nuevas encaramadas en la complicada orografía de la zona no podía presagiar nada bueno, nunca pensé que nadie se atreviera a construir con tanto descaro. A pisotear aquel lugar y escupir encima.
Cuando nos topamos con el centro comercial creí que nos habíamos confundido de pueblo. Porque sí, en mitad del pueblo han construido un centro comercial con aspecto de cárcel, incongruente, falso, insultante. Lo más triste de todo es que tiene un aspecto tan desolado que niega cualquier justificación que su presencia pudiera tener en un lugar tan pequeño, constreñido entre las montañas y el mar. Es como una premonición doliente de un futuro polvoriento. Una mole de hormigón en la que la mayoría de los locales están huérfanos (no sé si decir “ya” o “todavía”), en mitad de un pueblo que hasta ahora se las apañaba más o menos bien para conservar la dignidad.
Supongo que para compensar, a modo de propina inconveniente, además han construido una especie de paseo en mitad del pueblo, más allá de una rotonda (nueva también), al lado del centro comercial y lejos del mar, lo que todavía resulta más patético.
El conjunto es tan triste como un desengaño.
El libro de la almohada II
"Cosas que hacen latir deprisa el corazón...
Gorriones que alimentan a sus crías. Pasar por un lugar donde juegan niños. Dormir en una habitación donde se ha quemado incienso. Advertir que un elegante espejo chino está un poco empañado. Ver a un caballero que detiene su carruaje frente a nuestro portón y ordena a sus servidores que lo anuncien. Lavarse el pelo, acicalarse y ponerse ropas perfumadas. Aunque nadie lo vea, sentimos un íntimo placer.
Es de noche y uno espera una visita. De pronto nos sorprende el sonido de las gotas de lluvia que el viento arroja a las persianas."
Esta es la lista número quince en el libro de Sei Shonagon. Hay otras:
cosas y gentes que deprimen, cosas odiosas, cosas que despiertan una querida memoria del pasado, cosas infrecuentes, cosas espléndidas, cosas incómodas, cosas que sorprenden y afligen, cosas que dan sensación de limpio, y de sucio, cosas presuntuosas, cosas desagradables...
No todo son listas, a veces son impresiones u opiniones sobre festivales, la visita de un amante, un atardecer durante el reinado del Emperador Murakami o el biombo corredizo que hay al fondo de la sala. Da igual si el objeto de su escritura es importante o banal, persona o cosa, una costumbre o un hecho repentino, ella los describe con la misma elegancia.
También habla sobre la vida en la corte ( fue dama de la emperatriz Sadako), incluída la de los criados. En estos párrafos se puede apreciar su clasismo con nitidez cuando habla de la falta de decoro, de ingenio e incluso de inteligencia de las clases inferiores. No quiero justificarla, pero no se puede juzgar una obra del siglo X como si estuviera escrita en la actualidad; las circunstancias son totalmente distintas y la mayoría de los argumentos que utiliza para alcanzar semejantes conclusiones hoy provocarían la risa de la mayoría.
Sei Shonagon es irónica, divertida ("Un predicador debe ser bien parecido, porque para entender con propiedad su palabra y sus sentimientos debemos mantener la vista fija en él mientras habla.") , insolente, romántica, sensible ("Durante las largas lluvias del Quinto mes...: De noche, en los verdes espacios de agua solo se ve el pálido fulgor de la luna. En cualquier hora y en cualquier lugar me conmueve la luna."), dulce, implacable ("Cosas sin mérito: una persona fea de mal carácter.").
Puede ser lo que le dé la gana, como tantos otros que escribieron un diario sin la presión de pensar en un hipotético lector, sin imaginar que un día sus palabras serían publicadas.
El libro de la almohada, de Sei Shonagon
Por supuesto, lo compré.
Sé que no es muy frecuente hablar de un libro antes de haberlo leído, pero en este caso me ha bastado con leer el prólogo, ágil, conciso, bello, de María Kodama para que me apeteciera escribir sobre él.
Kodama tradujo la obra junto a su marido, J.L. Borges. En este prólogo habla de la fascinación que Borges sentía por la literatura japonesa (y por otras dos que, curiosamente, también surgieron en una isla: la inglesa y la islandesa) y de la pena que sentía por tener que acceder a ella a través de traducciones. A pesar de ello, no quiso que nuestro idioma se quedara sin una traducción castellana de esta obra que él tanto admiraba.
El libro de Sei Shonagon, cuenta Kodama, está compuesto por anotaciones diarias, descripciones de la vida en la corte (ella fue dama de la emperatriz Sadako) y listas, hasta ciento sesenta y cuatro listas de aquello que amaba, aquello que odiaba o aquello que, simplemente, llamaba su atención, como insectos o plantas. Escribir este tipo de diarios, de cuadernos de almohada (llamados así por la costumbre japonesa de guardarlos en las almohadas, que solían ser huecas), parece que era un hábito muy extendido en Japón (ignoro si lo sigue siendo).
María Kodama advierte que el libro de Sei Shonagon es estructuralmente complejo, lo que se puede deber a las continuas reorganizaciones que los diferentes estudiosos del mismo han realizado al cabo de los siglos, porque este libro está considerado una obra maestra en Japón y a Sei Shonagon como la representante literaria más destacada del periodo Heian (el que va del año 794 al 1185).
Además del prólogo, apenas he leído dieciocho páginas, pero en ellas se puede percibir esa personalidad aguda, observadora y sensible a la belleza del mundo y el destino de las cosas de la que habla Kodama con admiración.
Os contaré el resto cuando termine de leerlo.
Incubus - I wish you were here
Odio las primeras horas de la tarde. Siempre ha sido así. Sobre todo en verano, cuando el sopor cae sobre mí y me irrita de tal manera que me quita las fuerzas para hacer cualquier cosa; incluso soy incapaz de leer.
Supongo que podría solucionarlo con una siesta, pero es que yo sólo duermo por las noches.
Recuerdo que cuando era niña, antes de ir a la piscina, mi madre nos obligaba, a mi hermano Asier y a mí, a dormir la siesta. Imagino que lo único que quería era descansar de nosotros y de nuestras continuas peleas, pero yo no podía evitar odiarla con todas mis fuerzas. ¿Por qué no entendía que yo no quería dormir, que me aburría? (Por supuesto mi hermano no tardaba ni un minuto en arrancarse a resoplar.)
Recuerdo la sensación de angustia y de soledad en aquellas horas de persianas bajadas porque hoy, que ya vivo en mi propia casa y casi nunca bajo las persianas, la sigo teniendo.
Tendré que resignarme a vivir con ella y tratar de contrarrestar sus efectos con cosas como esta canción de Incubus, por ejemplo, que tiene poderes revitalizantes. Va en serio.
Nocturno Hindú, de A. Tabucchi
Metallica-Fade To Black
El pasado 31 de mayo pude ver a Metallica en concierto. Han pasado varios días, pero todavía tengo la sensación de que algo retumba en mi corazón, en mi estómago, en mi cabeza.
Me habían dicho que Metallica era muy grande en concierto, pero yo no podía imaginar cuánto.
Ahora ya no necesito imaginar nada. Ahora lo sé.
La imaginación y la memoria. Los libros.
" A lo largo de la historia el hombre ha soñado y forjado un sinfín de instrumentos. Ha creado la llave, una barrita de metal que permite que alguien penetre en un vasto palacio. Ha creado la espada y el arado, prolongaciones del brazo del hombre que los usa. Ha creado el libro, que es una extensión de su imaginación y de su memoria.
Obras, tapones y poesía china
Cerca del corazón salvaje, de Clarice Lispector
Clarice Lispector (1920-1977) fue una escritora de sensaciones, difícil de clasificar en un mundo ávido de etiquetas.
Enfrentarse a su narrativa es como enfrentarse a una sinfonía de Mahler, requiere paciencia y una cierta valentía, pero ¿qué es eso en comparación con lo que al final uno recibe?
Sábado por la tarde
La lluvia cae, intensa, como si fuera eterna.
Un estallido. Después, confusión.
Una colisión en el cruce que veo desde mi ventana.
Contemplo idiotizada cómo un coche negro sale volando hacia atrás, literalmente, como en una película de acción. Pero es grande y fuerte. Creo que no ha sufrido demasiado. El otro, el verde, permanece en el centro del cruce, desolado, hecho añicos.
Los ocupantes parecen estar bien. Están asustados.
El de la sudadera amarilla me recuerda a mi hermano.
La lluvia sigue cayendo, intensa, como si fuera eterna.
En mi salón suena Dosed. ¿Cómo pudieron destrozar una canción tan hermosa con ese estribillo tan agudo, tan simplón? ¿En qué estaban pensando?
Quiero caminar bajo la lluvia, pero tengo frío y me puede la pereza. Seguiré contemplando cómo cae desde mi ventana, ahora que la grúa se ha llevado el coche verde. Verde y vencido.
Demian, de Herman Hesse
La cabeza siniestra (1887) - Edward C. Burne-Jones
Carta de Amedeo Modigliani a Oscar Ghiglia
Una casa en el fin del mundo

The pillow book y la intensidad
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Espejo 21:30

Después de mucho trabajo, muchas reuniones con mis compañeros y muchas rondas de cerveza, aquí está Espejo 21:30, un libro compuesto por treinta y nueve relatos (ocho de ellos escritos por una servidora) y un prólogo en forma de cuento, que podéis adqurir a través de nuestra página web (agotado en librería).
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