El cielo de Madrid a 2€
Cambio de imagen
26 de Julio de 2009
Aunque me temo que la que lo necesita en realidad es una servidora, me da tanta pereza salir de casa con estos calores para acabar debajo de un secador, que he decidido que el cambio de imagen lo tenga mi blog, que ni suda ni nada y seguro que lo luce con más dignidad. Y es que creo que la anterior versión se había quedado un pelín obsoleta. Todavía tengo que darle algunos retoques y comprobar algunas cosillas, pero por el momento me gusta bastante. Espero que a vosotros también.
Al sur del Edén, de David Mamet
Un paseo por Sighisoara
Salonul Magic. Acabamos de encontrar una nueva palabra para nuestra lista. El idioma rumano es latino y muchas de sus palabras son reconocibles para nosotros, con la particularidad de que terminan en “ul”: parcul, arcul, camionul… Es tan divertido que hace días que el perro pasó a ser perrul y el gato gatul, aunque de momento no podamos confirmar que sea así de verdad. El Salonul Magic tiene un anacrónico letrero en forma de espejo enmarcado por unos rizos herrumbrosos (me recuerda al espejo de la madrastra de Blancanieves); es una peluquería situada en una plaza de la parte baja de Sighisoara, ciudad medieval amurallada de la región de Transilvania que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999.
Tras añadir salonul a nuestra lista, tomamos la empinada calle que nos llevará a la Torre del Reloj, en la ciudad alta.
Es un día nublado y amenaza lluvia, pero nos gusta, y es que pensar en una Transilvania soleada nos produce más pavor que el mismísimo Conde Drácula.
La Torre del Reloj, que tiene un precioso tejado de fantasía hecho de tejas de cerámica policromada, mide sesenta y cuatro metros y fue construida en la segunda mitad del Siglo XIV. El reloj de la torre tiene unas figurillas de madera que simbolizan los días de la semana. Nos paramos a observar el conjunto y no se nos ocurre una entrada más apropiada para la ciudad alta.
Las calles están prácticamente vacías y la atmósfera es tan serena y acogedora que fantaseamos con la idea de comprar una de esas casitas color melocotón y trasladarnos a vivir aquí.
Frente a la Torre del Reloj se abre una plaza en la que se encuentra, convertida en bar, la casa donde vivió Vlad Dracul, el padre de Vlad Tepes, el príncipe valaco en el que se inspiró Bram Stoker para crear a su famoso conde. La ciudad es tan encantadora que casi nos habíamos olvidado de que aquí nació Drácula, en 1431, reza la inscripción del busto de piedra de Vlad Tepes que encontraremos más adelante. En realidad se llamaba Vlad Draculea; Tepes quiere decir “empalador”, apodo que se ganó por afición que el voivoda sentía por esta técnica de tortura y muerte. Dracul significa dragón o demonio, de donde deriva Draculea, “hijo de Dracul”.
En la Piata Cetatii, la plaza principal de la ciudad alta que está rodeada de edificios de las épocas renacentista y barroca, hay uno que hace esquina en cuya fachada hay una cabeza de ciervo de madera con cuernos de tamaño natural, justo lo que faltaba para rematar ese aire de irrealidad que nos rodea.
Seguimos caminando por calles adoquinadas y por otras sin pavimentar, entre casas azules, naranjas, rosas, verdes, con tejados que parecen hechos de gigantescas escamas de pez, hasta que encontramos la Muralla que rodea la ciudad alta. Se remonta en su mayoría al siglo XIV, cuando se amplió y fortificó precipitadamente tras los ataques mongoles de 1241. Se conservan nueve de las catorce torres originales, casi todas restauradas, según podemos apreciar dando un paseo por la cara externa, entre maleza y gallinas.
Descendemos hacia la ciudad baja para cruzar el río Târnava. Al otro lado del puente nos recibe, blanca y rotunda como una novia glotona, la Catedrala Ortodoxa, construida a principios del siglo XX. Entramos buscando un poco de calor porque el frío es ahora más intenso. Nos sentamos en una vulgar silla de madera y es que el interior de muchas basílicas tiene un desconcertante aire provisional y luce mobiliario de casa (como el reloj de cocina que hay aquí incrustado en el altar), sillas de comedor o mesas cubiertas con llamativos manteles de plástico sobre los que encontramos velas y estampitas. Observamos en silencio los rituales de los fieles que, a pesar de no ser hora de misa, encontramos allí rezando. Se santiguan al revés que los católicos, primero el hombro derecho y luego el izquierdo, y lo hacen tres veces en el umbral de la iglesia y también delante de la imagen a la que le rezan en privado, pintada sobre los muros o sobre madera. Éstas últimas suelen estar protegidas por cristal para que los fieles las puedan besar. Muchos de ellos recorren prácticamente la basílica, parando delante de cada imagen y besando el cristal que las aísla.
Cuando salimos ya ha anochecido y comenzamos a tener hambre. Hemos visto algunos restaurantes en la ciudad alta que tenían muy buena pinta, pero nos encontramos con la sorpresa de que están llenos. Entonces nos preguntamos, ¿de dónde ha salido toda esta gente? Porque, de acuerdo, había algunos turistas, pero no parecían suficientes como para llenar todos los restaurantes de la parte alta de la ciudad. Volvemos a la ciudad baja y encontramos mesa libre en un restaurante italiano llamado Concordia. Hoy no toca experimentar con la gastronomía rumana (sus sopas, la carne y unas tortas de patata que nunca olvidaremos son excelentes). Pasta y cerveza y un ambiente calentito que agradecemos. Las raciones son abundantes y el precio muy asequible. Aunque a nuestro alrededor el ambiente es ruidoso y la gente juega a las cartas y fuma y bebe cerveza sin parar como si estuviéramos en un bar de uno de los pueblos mineros del norte, la decoración es tan moderna que parece un restaurante de Manhattan. Salvo por una mesa de alemanes, somos los únicos extranjeros. Frente a nosotros se reúne un grupo de chicos y chicas que parece celebrar algo. Uno de ellos pide una pizza de la que podrían comer diez personas y no exagero. Parece que todos sus amigos le toman el pelo y están pendientes de él, como el resto del restaurante, por lo que se afana en no defraudar a un público tan agradecido y cuando se zampa en último trozo nos mira y sonríe con gesto triunfal. Le devolvemos el gesto levantando nuestros vasos, casi vacios, hacia él. Pedimos un par de cervezas más. Se está tan bien aquí…
Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson
Metallica
14 de Julio de 2009
James Hetfield
Robert Trujillo
Lars Ulrich
Yo no creo en Dios, pero si existiera, me encantaría que se pareciera a James Hetfield. Si tuviera su voz, me sobraría todo lo demás; ni promesas de vida eterna ni chuminadas por el estilo. Un buen "master, master" y me convierto, aunque tuviera que morirme al terminar la canción. Y ni siquiera eso, unas palabritas como las del vídeo que grabé anoche, y que os dejo a continuación, serían suficientes. Vale, a lo mejor es un poco exagerado, pero es que todavía estoy sintiendo la euforia del concierto de ayer (aún no me puedo creer que tocaran Turn the page.)
Regalos de cumpleaños
Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver
Espirales de hojaldre
03 de Julio de 2009
Aquí tenéis otra muestra de mis "experimentos culinarios" (creo que así los llama Lilith). Espero que os guste si os animáis con la receta.
Ingredientes (20 espirales):
Una lámina de masa de hojaldre (se pueden encontrar en la sección de congelados de cualquier supermercado).
Mostaza Dijon
Jamón cocido (las lonchas necesarias para cubrir la lámina)
Queso a nuestra elección (las lonchas necesarias para cubrir la lámina)
Un huevo
Elaboración:
Es una receta muy sencilla.
Empezamos por poner el horno a 150º para que coja temperatura mientras preparamos las espirales.
Después, untaremos la lámina de hojaldre (previamente descongelada siguiendo las instrucciones del fabricante) con una capa de mostaza Dijon. Como al final enrollaremos la masa empezando por el lado más próximo a nosotros, es mejor dejar unos tres dedos de masa del lado más alejado de nosotros sin untar con mostaza, para que después no se nos salga.
Sobre la mostaza colocamos las lonchas de jamón y después las de queso, dejando igualmente sin cubrir los mismos tres dedos de masa de hojaldre.
Como ya se ha indicado, empezando por el lado más próximo a nosotros enrollamos la masa con el relleno formando un tubo lo más compacto posible. Lo envolvemos con film transparente y dejamos reposar una media hora en la nevera. Después, con un cuchillo bien afilado cortamos el tubo en rodajas de medio centímetro aproximadamente. Colocaremos las rodajas en una bandeja de horno sin que se toquen. Pincelamos la parte superior con un huevo batido para darle brillo y después horneamos durante unos quince minutos a 150º.
Calentitas están muy buenas, pero al día siguiente, frías, están también muy ricas porque el sabor de la mostaza se ha potenciado.
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