Me gusta. No me gusta.

Me gusta…

Me gusta la sonrisa de Paco, levantarme temprano, escuchar las canciones de John Frusciante con los ojos cerrados, las patatas a la riojana y la soledad que emana de los cuadros de Hopper. Me gusta desayunar jamón serrano, té y nueces. Me gusta sentir la luz del sol colándose por las ventanas del salón una mañana de domingo, salir a la compra con mi madre y compartir con ella el aroma de las calles de mi pueblo en los días de invierno, porque mi pueblo, Alfaro, también me gusta mucho. Me gusta el foie, el tenis, la trilogía de El Padrino, copiar en cuadernos aquéllos pasajes de los libros en los que me reconozco, My way, de Frank Sinatra y que mi hermano pequeño todavía me llame “tata”. Me río con el humor seco de las gentes del norte y cada día con Bea y Montse. Me gusta el color amarillo, los cactus y el grito desesperado de Jim Morrison al comienzo de una canción cuyo título no recuerdo. Me gusta el vino, ver amanecer en el Cabo de Gata y una buena conversación con Natalia. Me gusta que el día del chupinazo todas las amigas luzcamos la misma camiseta. Me gusta la manita del niño que aparece en el cuadro Las tres edades de la vida, de Gustav Klimt, viajar en tren, con los paisajes mostrándose a ráfagas ante mis ojos atentos, leer el blog de Rodrigo, el pacharán e imaginar que un día tendré un perro chow-chow al que llamaré Ulises. Me gusta el olor a lluvia y la libertad del desierto, los magnolios de los Jardines de Sabatini, la filosofía de vida de Simone de Beauvoir, la mermelada de fresa y el carácter pacífico de mi amiga Wen. Me gusta leer a Virginia Woolf y a Oscar Wilde, me gusta encontrarme cada mañana un email de Pelayo en la bandeja de entrada, los pastelitos de la Pantera Rosa y las películas de Woody Allen. Me gusta pasear por las calles de París, las tonterías de Monsieur Fenosa o escuchar la llamada a la oración, al amanecer, desde el balcón de un hotel en Dakar. Me gusta el olor de las librerías de viejo, el olor de cualquier librería.

No me gusta...

No me gusta la gente que viaja al extranjero y pasa todo el tiempo acordándose de la tortilla de patata y repitiendo aquello de “como en España, en ningún sitio”. No me gusta hacer la compra en grandes superficies, los garbanzos, la ropa color burdeos, los libros de Paulo Coelho o la voz de Alejandro Sanz. No me gusta la falta de aire acondicionado en el metro durante el verano, dormir con pijama, los huevos cocidos, que los padres pongan sus nombres a sus hijos, los cinturones blancos, mis pies. No me gusta la pimienta negra, los libros de autoayuda, la gente que sale del estanco, abre la cajetilla recién comprada y arroja el plástico al suelo. El olor a café me causa dolor de estómago, ver envejecer a mis padres, también. No me gusta planchar, ni aquéllas personas que se empeñan en desplegar el periódico, y plantarlo debajo de mis narices, en un vagón de metro atestado de gente. No me gusta quedarme dormida en el sofá, los bollos rellenos de cabello de ángel, el tacto del terciopelo, no tener nunca tiempo para visitar a Ana, ni aquellos que van en sus coches deportivos, con las ventanillas bajadas para que el mundo se entere de su pésimo gusto musical, superando todos los límites de velocidad. Sé que no suena muy humano pero no puedo evitar desear que se estrellen con la próxima farola que se encuentren. No me gusta tener los brazos tan gruesos, ni la cara de Zaplana, tampoco la de Acebes, los perfumes de Carolina Herrera, tener que trabajar de lunes a viernes, que se me mueran todas las plantas que compro. No me gusta tener tiempo libre y no saber qué hacer con él. No me gusta no encontrar las palabras exactas para expresarme cuando en mi cabeza todo parece tan claro.

Me gusta, no me gusta; ser o no ser.

 

posted by Ainhoa on 6:59 p. m. under

7 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé si darte las gracias por mencionarme dentro de las cosas que te gustan, o echarte la bronca por hacerme parecer un payaso para todos los que te lean y no me conozcan.

Déjame que lo piense...

Gracias. Me da igual lo que piense la gente de mí.

Anónimo dijo...

Para todos aquellos que lean esto y no conozcan a mi buen amigo Emilio, alias Fenosa, que sepáis que es un encanto y, sí, un payaso, pero en el buen sentido de la palabra. Nunca te agradeceré lo suficiente lo mucho que me haces reír.

Anónimo dijo...

Lo decía de coña. Espero que no hayas pensado que me ha sentado mal. Ya sé lo dices con cariño.

Y, para los que no me conozcan, no soy tan payaso. Pero no pude evitar pisar esa mierda de perro en París, y claro, eso hace gracia. Lo comprendo. A mi también me la hizo.

Lo único que no tengo claro es si se rien conmigo o de mí...

Anónimo dijo...

De eso ni me acordaba. Pero ahora que lo dices, sí que fue gracioso...

Anónimo dijo...

Ya tengo ganas de reirme otra vez contigo, no ha pasado ni una semana y lo echo de menos, porque el fenosa podrá ser payaso, pero tú...

Me ha gustado mucho verme en tus palabras, qué bonito.

Anónimo dijo...

¡Abuela! ¡Qué sorpresa! Tú poniendo unas palabritas en mi blog. Yo también te echo mucho de menos.
Descansa y nos vemos en breve.
Un besito.

Sinrof dijo...

Veo que has cambiado algunas cosillas con respecto al que leíste en el taller (o al menos eso creo recordar). Me gusta, me gusta, además creo que de ahí puedes sacar tema para tres o cuatro cuentos (por lo menos) Aunque hay que reconocer que lo de las naúseas por el café dió su juego. ¿Qé decía aquella carta que nunca salió de su sobre? jejeje...

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