Elephant
Rincones y cosas
Las Negras
Las Negras es un pueblecito costero del Cabo de Gata. De todos los que allí hay no es el más bonito ni el que tiene la mejor playa. De hecho es un pueblo más bien incómodo, denso, con una calle principal en la que se amontonan los coches y que va a dar a una playa de piedras estrecha y algo sucia, y algunos edificios de apartamentos construidos con muy poco gusto, al estilo de los años setenta, aunque dudo mucho que sean tan primitivos.
Pero también hay casas de pescadores, de esas que no se venden, en ningún sentido. Y bares tranquilos. Y barcas de colores desvaídos reposando sobre las piedras. Y unas vistas fastuosas de las montañas que se precipitan al mar.
Las Negras era hasta hace poco una especie de contradicción moderada: el aire hippie del lugar y la especulación inmobiliaria más o menos controlada conviviendo en una armonía aparente.
Y digo era porque ahora ya no sé qué pensar; bueno, sí lo sé, de nada sirve engañarse a una misma. A pesar de que la aparición gradual de algunas casas nuevas encaramadas en la complicada orografía de la zona no podía presagiar nada bueno, nunca pensé que nadie se atreviera a construir con tanto descaro. A pisotear aquel lugar y escupir encima.
Cuando nos topamos con el centro comercial creí que nos habíamos confundido de pueblo. Porque sí, en mitad del pueblo han construido un centro comercial con aspecto de cárcel, incongruente, falso, insultante. Lo más triste de todo es que tiene un aspecto tan desolado que niega cualquier justificación que su presencia pudiera tener en un lugar tan pequeño, constreñido entre las montañas y el mar. Es como una premonición doliente de un futuro polvoriento. Una mole de hormigón en la que la mayoría de los locales están huérfanos (no sé si decir “ya” o “todavía”), en mitad de un pueblo que hasta ahora se las apañaba más o menos bien para conservar la dignidad.
Supongo que para compensar, a modo de propina inconveniente, además han construido una especie de paseo en mitad del pueblo, más allá de una rotonda (nueva también), al lado del centro comercial y lejos del mar, lo que todavía resulta más patético.
El conjunto es tan triste como un desengaño.
El libro de la almohada II
"Cosas que hacen latir deprisa el corazón...
Gorriones que alimentan a sus crías. Pasar por un lugar donde juegan niños. Dormir en una habitación donde se ha quemado incienso. Advertir que un elegante espejo chino está un poco empañado. Ver a un caballero que detiene su carruaje frente a nuestro portón y ordena a sus servidores que lo anuncien. Lavarse el pelo, acicalarse y ponerse ropas perfumadas. Aunque nadie lo vea, sentimos un íntimo placer.
Es de noche y uno espera una visita. De pronto nos sorprende el sonido de las gotas de lluvia que el viento arroja a las persianas."
Esta es la lista número quince en el libro de Sei Shonagon. Hay otras:
cosas y gentes que deprimen, cosas odiosas, cosas que despiertan una querida memoria del pasado, cosas infrecuentes, cosas espléndidas, cosas incómodas, cosas que sorprenden y afligen, cosas que dan sensación de limpio, y de sucio, cosas presuntuosas, cosas desagradables...
No todo son listas, a veces son impresiones u opiniones sobre festivales, la visita de un amante, un atardecer durante el reinado del Emperador Murakami o el biombo corredizo que hay al fondo de la sala. Da igual si el objeto de su escritura es importante o banal, persona o cosa, una costumbre o un hecho repentino, ella los describe con la misma elegancia.
También habla sobre la vida en la corte ( fue dama de la emperatriz Sadako), incluída la de los criados. En estos párrafos se puede apreciar su clasismo con nitidez cuando habla de la falta de decoro, de ingenio e incluso de inteligencia de las clases inferiores. No quiero justificarla, pero no se puede juzgar una obra del siglo X como si estuviera escrita en la actualidad; las circunstancias son totalmente distintas y la mayoría de los argumentos que utiliza para alcanzar semejantes conclusiones hoy provocarían la risa de la mayoría.
Sei Shonagon es irónica, divertida ("Un predicador debe ser bien parecido, porque para entender con propiedad su palabra y sus sentimientos debemos mantener la vista fija en él mientras habla.") , insolente, romántica, sensible ("Durante las largas lluvias del Quinto mes...: De noche, en los verdes espacios de agua solo se ve el pálido fulgor de la luna. En cualquier hora y en cualquier lugar me conmueve la luna."), dulce, implacable ("Cosas sin mérito: una persona fea de mal carácter.").
Puede ser lo que le dé la gana, como tantos otros que escribieron un diario sin la presión de pensar en un hipotético lector, sin imaginar que un día sus palabras serían publicadas.
El libro de la almohada, de Sei Shonagon
Por supuesto, lo compré.
Sé que no es muy frecuente hablar de un libro antes de haberlo leído, pero en este caso me ha bastado con leer el prólogo, ágil, conciso, bello, de María Kodama para que me apeteciera escribir sobre él.
Kodama tradujo la obra junto a su marido, J.L. Borges. En este prólogo habla de la fascinación que Borges sentía por la literatura japonesa (y por otras dos que, curiosamente, también surgieron en una isla: la inglesa y la islandesa) y de la pena que sentía por tener que acceder a ella a través de traducciones. A pesar de ello, no quiso que nuestro idioma se quedara sin una traducción castellana de esta obra que él tanto admiraba.
El libro de Sei Shonagon, cuenta Kodama, está compuesto por anotaciones diarias, descripciones de la vida en la corte (ella fue dama de la emperatriz Sadako) y listas, hasta ciento sesenta y cuatro listas de aquello que amaba, aquello que odiaba o aquello que, simplemente, llamaba su atención, como insectos o plantas. Escribir este tipo de diarios, de cuadernos de almohada (llamados así por la costumbre japonesa de guardarlos en las almohadas, que solían ser huecas), parece que era un hábito muy extendido en Japón (ignoro si lo sigue siendo).
María Kodama advierte que el libro de Sei Shonagon es estructuralmente complejo, lo que se puede deber a las continuas reorganizaciones que los diferentes estudiosos del mismo han realizado al cabo de los siglos, porque este libro está considerado una obra maestra en Japón y a Sei Shonagon como la representante literaria más destacada del periodo Heian (el que va del año 794 al 1185).
Además del prólogo, apenas he leído dieciocho páginas, pero en ellas se puede percibir esa personalidad aguda, observadora y sensible a la belleza del mundo y el destino de las cosas de la que habla Kodama con admiración.
Os contaré el resto cuando termine de leerlo.
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