El oficio de criticar
Hoy he leído un artículo en el que se cuestionaba la utilidad de los críticos literarios, a quienes se llegaba a emparentar con Mefistófeles, es decir, el mismísimo demonio. Al final, supongo que por aquello de que el maniqueísmo no está muy bien visto, se les perdonaba la vida alegando que gracias a sus valoraciones (las de los críticos) se rompe el acuerdo que parece existir entre el ego del autor y la avaricia del editor (me pregunto dónde quedamos aquellos que escribimos sin ni siquiera tener un editor) o que por su gusto exquisito lleguen a nuestras manos pequeñas joyas literarias que de otra forma quedarían perdidas en el lodazal de los best sellers. Este artículo me ha recordado la conversación que, a raíz de las malas críticas que obtuvo el concierto de Marilyn Manson, mantuvimos Paco y yo. Nosotros también nos preguntamos para qué servían los críticos, especialmente los críticos musicales. Porque la música es algo personal e intransferible, es pura sensación, es elevación, es la creencia en lo abstracto, en la libertad y sí, depende del gusto de cada uno. El gusto, esa cosa tan difícil de acotar (y mira que lo intentan), es la clave de todo esto. Imagino que si a mí me mandan a hacer una crítica de un concierto de Alejandro Sanz no coincidiría con la opinión de sus fans, porque aborrezco a Alejandro Sanz, su voz me produce la misma sensación desagradable que la de una uña arañando una pizarra y encuentro sus letras de una banalidad insultante, pero entiendo que eso es cosa de mi gusto, de mi sensibilidad, y no por eso se va a convertir en una verdad universal. Me viene a la mente aquella escena de "El club de los poetas muertos" en la que el profesor obliga a sus alumnos a arrancar las hojas de un libro en el que se pretendía medir la calidad global de una poesía colocando la perfección del poema en la línea horizontal de un gráfico y su importancia en la vertical. Es como querer atrapar las estrellas y encerrarlas en una urna de cristal. Nadie te puede decir si está bien o mal sentir lo que cada uno siente al escuchar una melodía, una voz o un ritmo, por mucho que lo intenten, porque hubo un tiempo en el que yo creía que me tenían que gustar ciertos artistas o ciertos grupos para encajar, para completarme, para poder hablar. Cuando descubrí que había música que me hacía vibrar de verdad, que me golpeaba el estómago con fuerza, me di cuenta de que hay pocas cosas en esta vida que puedan superar eso, aunque mis artistas favoritos no encabecen listas estúpidas y manipuladas. Como dice el artículo, por fortuna el crítico predica en el desierto, o si no Dan Brown trabajaría de aparcacoches (que por mí podría hacerlo, pero lo dicho, es cuestión de gustos) y Marilyn Manson de cajero en un supermercado (y yo me hubiera quedado sin disfrutar de su concierto).
DECÁLOGO DEL ESCRITOR, por Javier Cercas
Publicado en La Vanguardia, estos diez mandamientos comienzan así:
Primero. Recuerda que la única forma posible de éxito consiste en escribir el mejor libro que puedes escribir, ese libro que antes de terminar de escribir ni siquiera imaginabas que podías llegar a escribir. No busques ninguna otra forma de éxito: que sea ella la que te busque a ti. Si te pilla, no tengas miedo y haz como si no pasara nada.
Segundo. No escribas para tu madre. Ni para tu padre. Ni para tu novia. No escribas para tus amigos. No escribas para tus enemigos (sobre todo no los odies: el odio, lo dijo Michael Corleone, no te permite juzgarlos). Ni se te ocurra escribir para los críticos. Ni para los editores ni para los agentes ni por supuesto para esa abstracción llamada lector, que, como su propio nombre indica, no existe. Ni siquiera escribas para ti mismo. Escribe para un Dios impecablemente omnisciente, que sabe incluso cuándo estás tratando de engañarlo. Y entonces se ríe con una carcajada horripilante.
Tercero. No olvides que escribir una frase consiste en resolver un problema que la siguiente frase vuelve a plantear. Ni que escribir un libro consiste en lo mismo. Desconfía de la facilidad. No intentes ser inteligente ni sabio ni profundo ni gracioso ni divertido (por Dios santo, no intentes ser gracioso ni divertido: que lo sea el libro). Que el libro sea mucho mejor que tú, que no eres más que un pobre hombre, como todo el mundo. Dedícate a otra cosa en cuanto notes que escribes tratando de quedar bien. No olvides que escribir consiste en reescribir, es decir: en averiguar qué es lo que estaba dentro de ti sin que tú lo supieras.
Cuarto. Huye como de la peste de las frases bonitas, de las palabras bonitas, de quienes escriben con mayúscula la palabra arte, la palabra artista, la palabra obra, la palabra belleza, sobre todo la palabra belleza. Huye de todo lo que suene remotamente a literatura; la literatura es lo que nunca, ni siquiera remotamente, suena a literatura: suena sólo a verdad.
Quinto. Resérvate el miedo que tengas (y ya sé que tienes un miedo espantoso) para la vida, y destiérralo como sea en cuanto te sientes a escribir, para que aparezca entero y verdadero en tus libros, que son lo que de verdad eres. Recuerda que este oficio no es para cobardes, pero recuerda también que el valiente no ese el que no tiene miedo, sino el que tiene miedo y se aguanta y luego embiste y va a por todas.
Sexto. Escribe como si estuvieras muerto y recordaras o inventaras (da lo mismo) cuanto te ocurrió a ti o a otros, igual que si quisieras materializar un espejismo, igual que si contra toda evidencia te hubieras convencido de que, en el momento en que consigas materializarlo, lo que te ocurrió a ti o a otros se volverá más real que lo real, que a fin de cuentas no es nada. Recuerda, por cierto, que no hay nada más importante que la literatura, excepto la vida.
Séptimo. Cultiva tus obsesiones, tus vicios, tu locura y, con moderación, tu cordura; cultiva tus perplejidades, tus pasiones (las altas y las bajas, sobre todo las bajas), tu gusto intransferible (el bueno y el malo, sobre todo el malo), y no olvides reírte con alegre fiereza de ti mismo. Recuerda que tus defectos son también tus virtudes: ni harto de vino rechaces un elogio, porque -esto no lo dijo Michael Corleone, sino La Rochefocauld, pero para el caso es lo mismo- quien rechaza un elogio es porque quiere dos. Y, sobre todo, por nada del mundo te resignes a sentir envidia de un colega o a hablar mal de él: es una confesión de inferioridad.
Octavo. Léelo todo, relee sólo lo más íntimo (pero relee mucho), escribe lo que te salga de las entrañas -por decirlo con una palabra distinguida-, y publica sólo lo que no puedas no publicar. A menos que hayas decidido suicidarte o te hayas perdido por completo el respeto a ti mismo o los acreedores te amenacen con la cárcel o el potro de tortura, no tengas prisa por publicar.
Noveno. Si escribes con ordenador, hazme caso y presiona de vez en cuando el icono Guardar, y no escatimes en copias de seguridad: más que nada para ahorrarte hacer el mamarracho ante ti mismo con la imaginación masoquista y vilmente halagadora de que acabas de perder para siempre la frase o el párrafo o la página que te iba a justificar; si escribes a mano, tienes una posibilidad menos de hacer el mamarracho, así que es preferible que escribas a mano. Este mandamiento es el penúltimo, pero debería ser el segundo.
Décimo. Recuerda (este mandamiento es el último, pero debería ser el primero) no hacer caso jamás de ningún decálogo. Empezando por éste y acabando por el que tú mismo establezcas el día que un periódico decida que eres un escritor de éxito y te entreviste para que improvises un decálogo del escritor de éxito.
ABRO A LA MAÑANA... Pier Paolo Pasolini
Beryl Markham
Marilyn Manson
Ayer fui a ver el concierto que Marilyn Manson dio en Madrid y, obviando el hecho de que duró apenas hora y media y de que se marchó sin despedirse dejándonos a todos un poco desconcertados y con cara de tontos, he de decir que fue un espectáculo genial. Algunos dicen que ya no es lo que era, que ya no "da miedo". Puede ser. Supongo que está en su derecho y quizá ya no le interesa tanto asustar al personal como demostrar que es un gran cantante, más allá de su imagen desafiante. Quizá ha decidido que ha llegado el momento de prestarle más atención al contenido que a la forma, algo que, teniendo en cuenta los tiempos que corren, abonados sin remedio a la banalidad, puede resultar incluso más trasgresor que una caracterización grotesca. Aún así el show no estuvo exento de parafernalia gótica y de alguna que otra provocación como la quema de una Biblia encaramado en un púlpito, pero lo que realmente queda es la energía que transmite, su voz y su figura imponente llenando el escenario.
RHCP Venice Queen: Live at Slane Castle
Hace poco os comenté que un amigo me había regalado el dvd "Live at Slane" de Red Hot Chili Peppers. Ese mismo amigo me ha otorgado la (muy respetada por él) categoría de "friki", eso sí, no soy una friki en el más amplio sentido de la palabra porque según él, para eso todavía me queda mucho: de momento (y siempre según él) sólo soy una "friki de John Frusciante". En fin, que sí, que creo que tiene razón (y esto a mi edad no puede ser nada bueno). Aquí os dejo la interpretación que hicieron en ese concierto de "Venice Queen", uno de mis temas favoritos de los Red Hot Chili Peppers.
Barbapapa
Hace un par de años, en una librería de París, encontré los libros de la familia Barbapapa, que fueron mis favoritos durante mi niñez. Nunca tuve uno que fuera mío, pero los leí tantas veces en la biblioteca de mi pueblo que cuando los abrí en aquella librería parisina no me sorprendí demasiado al comprobar que todavía recordaba las historias y muchos de los detalles de las ilustraciones. Compré dos, en francés, no pude resistirme; de vez en cuando me gusta ojearlos y hay veces en las que siento una especie de vértigo cuando, a través de esos personajes, parece que pudiera regresar a la biblioteca de la Plaza Esperanza, con la bibliotecaria Pilar y su gesto adusto mandándonos callar incluso cuando no abríamos la boca, y aquel olor pesado, como de humedad y polvo y tinta y sudor. Y aunque la infancia nunca me ha parecido ese lugar precioso al que regresar, un viajecito relámpago de vez en cuando no está tan mal.
Hannah y sus hermanas: Nadie, ni siquiera la lluvia...
Esta es mi película favorita de Woody Allen. Quizá lo sea porque , de su filmografía, es la primera que vi hace un millón de años ya, no lo sé. Lo que sé es que me gusta el humor que en ella exhibe, pero sobre todo me gusta su sensibilidad. Y ésta es, sin duda, mi escena favorita. Nobody, not even the rain has such small hands (nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas).
La velocidad de la luz, de Javier Cercas
Postales
Auster, Frusciante, Baricco, Grohl y The Jam
Ayer fue un gran día. Por la tarde recibí un paquete de mi amigo Pelayo con la novela gráfica que Paul Karasik y David Mazzucchelli hicieron basada en Ciudad de cristal, una de las novelas que forma parte de La trilogía de N.Y., de Paul Auster, eso sí, he de devolvérsela; pero el paquete también incluía,para mí, y sólo para mí, Seda de Alessandro Baricco y un libro-homenaje a Paul Auster elaborado por la Editorial Anagrama. Además, el dvd Skin and Bones de Foo Fighters y el dvd Live at Slane de Red Hot Chili Peppers, que habré visto unas cuatro veces en menos de veinticuatro horas, y es que no me canso de ver a mi adorado John Frusciante, cuatro, cuarenta y cuatrocientas veces.
Y por la noche fui con mi novio al concierto que The Jam dio en la Joy y que estuvo genial aunque un poco corto para mi gusto, apenas hora y media, que supo a poco, pero que disfrutamos como locos, a pesar de la ausencia de Paul Weller. Hicieron un repaso de sus clásicos dejándose aún así unos cuantos como That´s entertainment o Private Hell para mi disgusto (lo mismo me ocurrió con Moby hace un par de años, cuando pasó de tocar Extreme ways). En cualquier caso el concierto mereció la pena, por escuchar esas canciones en directo, por el ambiente que crearon y porque siempre me alegra comprobar que a pesar del paso de los años, el aumento de responsabilidades, la alopecia, la flacidez carnal y la barriguita, hay gente que no resigna a deshacerse de todo aquello que en su juventud les hizo felices, y no lo digo por los Jam precisamente, a los que el escenario rejuvenece sin duda, sino por una parte muy grande del público que no se cansaba de corear las canciones, de saltar, aplaudir y sonreír, como si hubieran atrapado en un instante la esencia misma de su juventud. Y es que la música es así de generosa.
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