11 de Diciembre de 2010

Sherlock es mi última serie favorita, es decir, mi última obsesión. De momento tan sólo se han rodado tres capítulos de noventa minutos cada uno, pero después de ver cómo acaba el tercero (eso ni es un final ni es ná), imagino que la cosa no quedará ahí. Espero que la cosa no quede ahí.
Este Sherlock - interpretado por el físicamente desconcertante Benedict Cumberbatch - vive en el Londres actual. Es muy alto, muy delgado y muy pálido, y tiene una elegancia tan refinada que te recuerda a cada momento que, a pesar de la modernidad de esta adaptación, el personaje fue creado en otra época.
El doctor Watson (Martin Freeman) también acaba de volver de Afganistan, como en el relato original; supongo que el mundo no ha cambiado tanto después de todo. Parece atormentado por lo vivido en la guerra, pero lo que en realidad le ocurre es que echa de menos la acción y, ¿qué mejor que compartir vida y aventuras con un tipo que se dedica a resolver los crímenes que nadie más puede resolver? Su labor como biógrafo de Holmes la llevará a cabo a través de un blog ("¿Me acompañas, John? Estaría perdido sin mi blogger", le dice Sherlock en el capítulo 3), porque los móviles, Internet o los avances en la ciencia forense están muy presentes en la serie, pero sin quitarle peso al método deductivo de este Sherlock Holmes fascinante y embaucador.