
Hoy han empezado las obras en mi edificio. Llevaban amenazando con ello varios meses y, cuando ya casi me había olvidado del tema, ha comenzado el ruido, madrugador y contundente.
Lo primero que he hecho esta mañana es ir a la farmacia y comprar unos tapones para los oídos. Lo segundo, preguntarle a uno de los albañiles cuánto va a durar el infierno. Afortunadamente no va a ser tanto como me temía, apenas semana y media.
Hace unos minutos, con los tapones en los oídos (bendito invento), he terminado de leer un artículo sobre los pasajes líricos de la poesía china en los que se utilizan lo que se llaman palabras vacías. Con ellas se pretende que el ch`i (aliento o espíritu) circule por el poema, que le permita respirar. El vacío es el eje en torno al que se contruye el poema, el que define la relación entre las palabras. Supongo que tendría que leer alguno de estos poemas para llegar al meollo de la idea, pero como tal, como idea, ahora que voy a pasar unos días de nervios acumulados en el estómago por el molesto ruido de un taladro gigante, no puede dejar de parecerme sugerente. Pienso en ese vacío acariciando los contornos de las palabras como el aire acaricia las copas de los árboles e imagino paisajes lejanos; algunos los he visitado, otros sólo existen y existirán, lo sé, en mi imaginación, en una imaginación que ahora anda apretujada, que parece más densa, por la presión de unos tapones de espuma blanda.