Plenitud de fin

"El amor por la belleza es inseparable del sentimiento de la muerte. Pues todo lo que cautiva nuestros sentidos con escalofríos de admiración nos eleva a una plenitud de fin, que no es otra cosa sino el deseo abrasador de no sobrevivir a la emoción. ¡La belleza sugiere una imagen de inanidad eterna! Venecia o los crepúsculos parisienses nos invitan a un fin perfumado, en el cual la eternidad parece haberse detenido en el tiempo."

E. M. Cioran
El ocaso del pensamiento

 

posted by Ainhoa on 10:36 a. m. under

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Daniel Mordzinski - El fotógrafo y el escritor


Hace unos días fui a ver la exposición de fotografía de Daniel Mordzinski en la Casa de América. Esta vez, el objeto de su objetivo son escritores que escriben en español.
Borges en blanco y negro, de perfil, sentado pero apoyado a pesar de todo en su bastón. Una mano le indica hacia dónde mirar aunque me temo que sin voz es un gesto inútil. Creo que él ya no puede ver.
En una foto cercana está su buen amigo Bioy Casares, también con las manos apoyadas en su bastón. Bioy tiene la mirada triste, como si no quisiera dejarse fotografíar. Me resulta incómodo observar esa imagen durante más de cinco segundos, pero persisto, por si la sensación es pasajera o resulta engañosa, pero no lo es.
Es más fácil observar a Javier Cercas de pie en el centro de una piscina redonda de plástico, con el agua por las rodillas, leyendo un libro. A Juan Goytisolo o a Octavio Paz, tan dignos ellos. O la falsa modestia de Vargas Llosa, que cubre su rostro con unas manos muy cuidadas. También el exhibicionismo egocéntrico y divertido de Enrique Vila-Matas, que abre su gabardina con ademán osceno para mostrar varias copias de una fotografía suya colgando en el interior.
Hay a quienes muestra trabajando, como a Eduardo Berti, que está tomando notas en un cementerio que parece salido de Pedro Páramo; o a Julio Llamazares, en su estudio, rodeado de libros, de cuadernos, descalzo, con su hijo (imagino que es su hijo) tratando de cerrar la puerta para preservar la intimidad creativa de su padre; a Arturo Pérez Reverte, que está de espaldas en lo que parece, por su frialdad, el escritorio de una habitación de hotel.
Me gustaron especialmente las manos ajadas de Miguel Delibes, y las de Marifé Santiago Bolaños, que sujetan un libro escrito por ella. Sólo manos, no hay rostros en estas fotografías. También me gustó ver a Ricardo Piglia en una estación cuyos trenes no parecían llevar muy lejos. Y a Quim Monzó en plan mesiánico en un parking inquietante. A Rosa Montero, tan hermosa, tan consciente de sí misma. A Francisco Ayala, anciano y entrañable hasta las lágrimas.
Eran tantos...

 

posted by Ainhoa on 4:40 p. m. under

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